martes, 9 de agosto de 2011

Tirso

Jamás pasó por mi mente investigar qué significaba su nombre. Era un lugar y una época dónde los nombres raros eran comunes, lo que realmente importaba era la calidad humana. Tirso sin duda era un hombre de gran valía, lo supimos después de un corto tiempo de conocerlo. Fue mi maestro de Inglés pero nunca supo que de él aprendí otras cosas tanto o más útiles para la vida.

Muchos le conocieron desde niño, por ellos supe lo difícil que era la vida en esos tiempos y las cosas que Tirso tenía que hacer para sobrevivir. Si de luchar se trata, Tirso sabía hacer eso desde pequeño. Si de cobardía se trataba, era Tirso quien siempre me enseño que la tristeza y la cobardía era la misma cosa. La cobardía era el miedo consentido y la valentía el miedo enfrentado.

Siendo yo un tipo serio, en principio no me agradaba su forma de ser, simplemente chocaba con mi solemnidad. Al paso del tiempo la rigidez de mi personalidad se ablandó y fue cuando empecé a comprenderlo. Tenía la gran capacidad de decir y hacer cosas que mejoraban el estado de ánimo de los demás. Siempre al tanto del acontecer noticioso, se daba el lujo de crear chistes o comentarios que a la par de producir una sonrisa dejaban una larga estela de reflexión.

No sé si era feliz o no. Me cuesta trabajo pensar que no lo era, pues su sonrisa y su alegría de todos los días no dejaban dudas, excepto cuando no lo acompañaba su esposa o alguno de sus hijos a la hora del almuerzo. Era entonces cuando su mirada se perdía a lo lejos pensado en no sé qué cosas. Dejé de verlo regularmente, el tiempo pasó tan rápido, era una gran alegría encontrarlo muy esporádicamente caminando por alguna calle. Platicar viejas anécdotas y ponernos al corriente de las noticias siempre era un deleite. Sus hijos ya eran adultos, creo que ya era abuelo.

Hace algunas semanas levanté el teléfono y me dijeron que el Maestro Tirso había muerto, se quitó la vida.



A veces uno se cansa de ser quién es y ya no hay marcha atrás. La vida suele ser tan dura, triste o tan distinta a la que siempre deseamos que para soportarla tenemos que crearnos otra personalidad. Cuando uno ya no tiene a Dios, ni la Fe (Dios y Fe no son necesariamente lo mismo) y la vida deja de tener sentido, al menos hay que conservar el buen humor mientras el resto aparece. Me aferro a pensar que el resto no apareció, quizá la espera fue tan larga que Tirso murió esperando porque no le quedaba mejor cosa que hacer.

Descansa en paz Tirso. Ahora soy yo quien continúa tus pasos, hasta que una espera dure más que mi entereza.

2 comentarios:

reptilio dijo...

fuck!

que descanse en paz...


ese tema siempre me inquieta

David Webb dijo...

Así es mi amigo, intriga mucho, más tratándose de gente como él y la tristeza es inevitable.