- ¿Me dejas hacerte una fotografía?
- Mmm, ¿Una foto mía? OK, pero ¿Para qué?
- Bueno, me gustaría tener algo tuyo.
- Me tienes a mí.
- Sí, pero... es que quiero recordarte, no sé, cuando ya no estemos juntos.
- Podrás recordarme cuando quieras, no te lo puedo impedir.
...Desde entonces me gusta memorizar los pedacitos de vida y convertirlos en eso que la gente llama recuerdos. Memoricé sus manos, me encantó tocarla y hacer lo mismo con su rostro. Me encanta memorizar los aromas, los colores. Me gusta grabar todo y mezclarlo de manera perfecta en mi cabeza. Solo así puedo arrebatarle al tirano tiempo los pedazos que erosiona de mi vida para incorporarlos a su cauce.
No todas las personas merecen ser recordadas. A veces ese mérito es como el amor, uno no lo busca o al menos no lo elige. Al ser un fantasma social no me importa si lo merezco, lo único que sé es que no lo quiero. A lo mejor es un acto de egoísmo, pero de verdad que no quiero, al menos no en fotografías.
Las fotografías son tumbas en el tiempo con epitafios tácitos que no siempre son agradables, en ocasiones no deseables, hasta inoportunos (yo diría). Igual que las tumbas, se van llenando de moho, de tierra, se decolaran igual que los pensamientos y pierden sentido. No es lo mismo recordar a la persona inesperadamente, incluso por cualquier tontería, que recordarlo por sólo porque has tropezado con su tumba.
Murió Javier Vargas
Hace 1 semana