sábado, 20 de agosto de 2011

Reliquias ambulantes

En San México ocurrió con los héroes de Independencia. Sus reliquias hicieron una tediosa peregrinación con un propósito que aún no entiendo. Ahora pasa lo mismo con las reliquias de Juan Pablo II, aquí sí entiendo el objetivo aunque los responsables aleguen otro.

Una cosa es la Iglesia Credo y otra la Iglesia Institución. A la primera la respeto y admiro profundamente, sin embargo soy incapaz de adoptarla por cuestiones muy personales que quizá explique algún día. A la segunda no, y creo que mucha gente comparte mi sentimiento, por tratarse de una institución que lucra con la primera, al grado que para referirse a ella bien podríamos denominarla El Vaticano, S.A. de C.V.

Juan Pablo II fue un personaje sumamente mediático, lo cual fue beneficioso para su empresa y otras ocasiones no tanto, al punto que es muy común escuchar que fue el más aclamado pero el más desobedecido. Él murió pero el sucesor no simplemente no cumplió con el perfil carismático, sino que antes de asumir el cargo bien se sabía de su complicidad en casos de pederastia y demás asuntos que poco se conocen. Desde mi punto de vista, la Iglesia Institución está en decadencia, tan sólo hay que analizar los estudios estadísticos que revelan el creciente desapego religioso, incluso el ateísmo.

Benedicto VXI no ha logrado llenar el gran vacío que dejó Juan Pablo II, eso más que afectarle personalmente, afecta a la institución. El recuerdo de Juan Pablo II aún está fresco y bien saben la importancia de explotarlo antes que se desvanezca. No es casualidad que de pronto surgieran milagros, requisito indispensable para la beatificación express, curiosamente sin pasar por el largo y burocrático proceso de investigación a que son sujetos quienes están en vía de la beatificación. Igual que un gobierno necesita ciertas estrategias mediáticas para apuntalar su reputación, el Vaticano ha tenido la idea de una gira de las reliquias del anterior papa.

Puedo apostar que durante el dichoso tour ocurrirán milagros, no sé cuantos pero quizá los suficientes para cumplir con el siguiente requisito de la santificación express, o cuando menos para ratificar que la iglesia Institución todavía cuenta con cierto prestigio, digno de ser reconocido a nivel mundial.




Pórtense bien, no sigan mi mal ejemplo de blasfemar contra el imperio del Vaticano, Dio$ los podría castigar.

martes, 9 de agosto de 2011

Tirso

Jamás pasó por mi mente investigar qué significaba su nombre. Era un lugar y una época dónde los nombres raros eran comunes, lo que realmente importaba era la calidad humana. Tirso sin duda era un hombre de gran valía, lo supimos después de un corto tiempo de conocerlo. Fue mi maestro de Inglés pero nunca supo que de él aprendí otras cosas tanto o más útiles para la vida.

Muchos le conocieron desde niño, por ellos supe lo difícil que era la vida en esos tiempos y las cosas que Tirso tenía que hacer para sobrevivir. Si de luchar se trata, Tirso sabía hacer eso desde pequeño. Si de cobardía se trataba, era Tirso quien siempre me enseño que la tristeza y la cobardía era la misma cosa. La cobardía era el miedo consentido y la valentía el miedo enfrentado.

Siendo yo un tipo serio, en principio no me agradaba su forma de ser, simplemente chocaba con mi solemnidad. Al paso del tiempo la rigidez de mi personalidad se ablandó y fue cuando empecé a comprenderlo. Tenía la gran capacidad de decir y hacer cosas que mejoraban el estado de ánimo de los demás. Siempre al tanto del acontecer noticioso, se daba el lujo de crear chistes o comentarios que a la par de producir una sonrisa dejaban una larga estela de reflexión.

No sé si era feliz o no. Me cuesta trabajo pensar que no lo era, pues su sonrisa y su alegría de todos los días no dejaban dudas, excepto cuando no lo acompañaba su esposa o alguno de sus hijos a la hora del almuerzo. Era entonces cuando su mirada se perdía a lo lejos pensado en no sé qué cosas. Dejé de verlo regularmente, el tiempo pasó tan rápido, era una gran alegría encontrarlo muy esporádicamente caminando por alguna calle. Platicar viejas anécdotas y ponernos al corriente de las noticias siempre era un deleite. Sus hijos ya eran adultos, creo que ya era abuelo.

Hace algunas semanas levanté el teléfono y me dijeron que el Maestro Tirso había muerto, se quitó la vida.



A veces uno se cansa de ser quién es y ya no hay marcha atrás. La vida suele ser tan dura, triste o tan distinta a la que siempre deseamos que para soportarla tenemos que crearnos otra personalidad. Cuando uno ya no tiene a Dios, ni la Fe (Dios y Fe no son necesariamente lo mismo) y la vida deja de tener sentido, al menos hay que conservar el buen humor mientras el resto aparece. Me aferro a pensar que el resto no apareció, quizá la espera fue tan larga que Tirso murió esperando porque no le quedaba mejor cosa que hacer.

Descansa en paz Tirso. Ahora soy yo quien continúa tus pasos, hasta que una espera dure más que mi entereza.